sábado, 28 de agosto de 2010

Egeria: la primera peregrina




Una de las que podemos considerar "primeras viajeras", la gallega Egeria, viajó durante el siglo IV, por todo el próximo oriente siguiendo las huellas de los lugares bíblicos, buscando el conocimiento real de los lugares y sucesos que ella conocía de leídas en su abadía.
Abandonando su reclusión y con espíritu viajero, esta mujer fue capaz de ir contra las reglas para llegar hasta la anhelada Jerusalén.
En el siglo IV viajar por el mundo no era cosa de todos los días. Las dificultades del transporte y el tiempo que llevaba recorrer unos pocos kilómetros lo convertían en una actividad destinada únicamente a personas de espíritu viajero, o aquellas que viajaban por necesidad. Egeria no era una mujer común en su tiempo. Pero conozcamos sobre esta mujer.

1. Los datos de la peregrina
En 1884, un investigador italiano, Gian Francesco Gamurrini, encontró un polvoriento manuscrito de la Biblioteca Della Confraternitá dei Laici, en Arezzo. En realidad son cartas escritas a unas “lejanas señoras y hermanas” describiendo su lejano viaje desde tierras lejanas hasta lugares bíblicos.
Se discutieron distintas hipótesis sobre la época e identidad de la mujer que había llevado a cabo este periplo. Fue en 1903 cuando el benedictino Don Mario Ferotín daba la clave final: la autora era una tal Etheria o Egeria, de la que no se conocía demasiado, pero que a partir de entonces se la conocerá, posiblemente, como la primera escritora española de nombre conocido y que quizás fuese monja (de edad ya madura) y su relato sería el primer libro español de viajes.
Es un diario redactado desde la piedad religiosa, en el mundo de finales del s. IV, cuando el Imperio Romano empezaba su decadencia, y que da parte de su valentía y curiosidad por ir a recorrer estos países casi cerrados, dando detallada descripción de lugares, personas, curiosidades y costumbres.
Sus cartas nos dan una buena idea de cómo se podía viajar en esa época, aparte de la forma imperial, desplazándose por las múltiples calzadas, lo que entonces se llamaba cursus publicus, es decir las vías que seguían las legiones; pernoctando en las ventas o mansiones, casa de postas que marcaban las etapas del viaje, ó acudiendo a la hospitalidad de los monasterios, y de cómo era el Oriente del siglo IV (El Sinaí, recuerdos bíblicos, Arabia, el monte Nebo, la ciudad de Melquisedec, Mesopotamia, Constantinopla...).
Esta viajera nació en lo que hoy es Galicia, España, durante la segunda mitad del siglo IV. Se desconocen lugar y circunstancias de su muerte.

2. Un relato de su viaje
"Allí por donde iba los monjes, sacerdotes y obispos la recibían, guiaban y acompañaban como si fuera una celebridad. No le faltaban facilidades para moverse libremente y cuando se adentraba por lugares que podían resultar peligrosos era escoltada por soldados. Los peregrinos cristianos como Egeria pudieron viajar a tan lejanas tierras gracias a la pax romana y a la red de calzadas del Imperio romano. Una red que cubría unos 80.000 kilómetros y atravesaba desde Escocia a Mesopotamia, del Atlántico al Mar Rojo, de los Alpes a los Balcanes, del Danubio al Sahara. Este increíble trazado permitía llegar desde todos los rincones del Imperio hasta el corazón mismo de la metrópoli. Aunque eran viajes largos, costosos y muy duros, las personas de rango que como Egeria disponían de un salvoconducto o pasaporte -imprescindible en la época- tenían garantizada al menos su seguridad. En una de sus cartas escrita en Arabia comenta a sus hermanas: « A partir de este punto despachamos a los soldados que nos habían brindado protección en nombre de la autoridad romana mientras nos estuvimos moviendo por parajes peligrosos. Pero ahora se trataba de la vía pública de Egipto, que atravesaba la ciudad de Arabia, y que va desde la Tebaida hasta Pelusio, por lo que no era necesario ya incomodar a los soldados.»"

3. Su peregrinaje
Egeria es considerada la primera viajera y escritora de habla hispana. Era una mujer culta y muy rica de la región, que en aquellos días comprendía un territorio mucho más extenso que el que ocupa Galicia en la actualidad. Se le conocía como el extremo más occidental del mundo.
Sus datos personales todavía son cuestionados por los historiadores, pues ella habló poco de sí misma en sus escritos. No obstante, por las fechas y lugares que menciona, se infiere que perteneció a la familia del emperador Teodosio I. Se sabe también que fue abadesa de un convento, que tenía conocimientos de griego, literatura y geografía, y que fue querida y respetada por sus contemporáneos.
Su primer viaje fue a Jerusalén, motivado por su sed de conocimiento; prudentemente la cubrió con el paño de visita piadosa. La verdad es que quería conocer los llamados lugares santos pues deseaba comprobar los datos geográficos que se tenían sobre esa parte del mundo.

En su largo viaje (entre 381 y 384) fue escoltada y acompañada por personajes que encontraba en el camino, desde sacerdotes hasta altos militares, quienes consideraban un honor acompañarla. La chica no desperdició el tiempo y escribió un diario, Peregrinación o itinerario, en donde detalló los pormenores de su viaje, las cosas interesantes que encontraba y las costumbres de cada lugar.

En su viaje atravesó el sur de Galia (hoy Francia) y el norte de Italia; cruzó en barco el mar Adriático. Es seguro que llegó a Constantinopla en el año 381. De ahí partió a Jerusalén y visitó los alrededores: Jericó, Nazaret, Galilea, Cafarnaúm, describiendo meticulosamente templos y santuarios.

Egeria permaneció un tiempo en la zona, planeando otras expediciones. Su recia personalidad fue admirada por algunas personas y severamente criticada por otras, pues en aquella época ninguna mujer “de buena cuna” salía sola, ya no digamos de su país, ni siquiera de su pueblito. El viaje de Egeria fue un gesto de libertad soberana que retó a todo el mundo conocido.

Se sabe que la joven parte de Jerusalén hacia Egipto en 382, visita Alejandría y recorre Tebas por el río Nilo; regresa a Jerusalén y llega hasta el Mar Rojo, el Sinaí... Su pasión la lleva a establecer los lugares exactos de cada monasterio y santuario que encuentra en su camino. En varios tramos de su recorrido tuvo que ser acompañada por soldados romanos pues eran parajes peligrosos, muy difíciles de transitar, con climas extremosos y habitados por bandas de ladrones.

Después de viajar durante más de tres años, Egeria emprende el regreso a su patria siguiendo otra ruta, para conocer distintos lugares. Va hacia Antioquia, pasa por Edesa y Mesopotamia, atraviesa el río Éufrates y el territorio de Siria. Quiso entrar a Persia pero se le impidió el ingreso, por lo que debió seguir hacia Constantinopla.

Aquí acaba el diario y el resto de su existencia es un misterio. Se cree que Egeria empezaba a sentirse enferma, pues en sus últimos escritos hace alusión a un gran cansancio y a su poca apetencia por alcanzar Galicia. Se desconoce si volvió a su patria. Algunos años más tarde se derrumbó el imperio romano y hubo gigantescas invasiones bárbaras, por lo que viajar se convirtió en un enorme peligro y las mujeres vivieron más encerradas que nunca. Quizá la peregrina encontró su lugar en las amplias calzadas romanas…

sexta-feira, 27 de agosto de 2010

A Custódia da Terra Santa




1. A presença dos Frades menores na Terra Santa remonta às raízes da Ordem dos Frades Menores.
Fundada por São Francisco em 1209, logo se abriu à evangelização missionária. Com o Capítulo Geral de 1217, que dividiu a Ordem em Províncias, nasceu também a Província da Terra Santa, a qual se estendia a todas as regiões que gravitam ao redor da bacia Sul-oriental do Mediterrânio, do Egito até a Grécia, e além.
A Província da Terra Santa abrangia, naturalmente, a terra natal de Cristo e os lugares da realização do mistério da nossa Redenção. Por esse motivo é que a Custódia da Terra Santa foi considerada a pérola de todas as Províncias e – depois de abrir outras missões da Ordem em todo o mundo – é considerada a pérola de todas as missões, até os dias de hoje. Essa Província foi visitada pelo próprio São Francisco que, por vários meses, esteve percorrendo o Egito, a Síria e a Palestina, entre 1219 e 1220.
É justamente nesse período que acontece o encontro de Francisco com o Sultão Melek el-Kamel. Naquele contexto de guerras, no curso das Cruzadas, Francisco de Assis ultrapassou as trincheiras para ir falar, dialogar, com o Sultão, considerado o inimigo por excelência, o infiel. Isso foi um profético exemplo de diálogo e um testemunho de respeito entre culturas diferentes, exemplo que tem muito a dizer ao homem de nosso tempo.
O mesmo espírito animou e anima a aventura humana e espiritual dos Frades menores no Oriente próximo, a serviço das populações locais, sejam elas cristãs ou não.
A Província da Terra Santa, em 1263, foi organizada em entidades menores, chamadas Custódias, a fim de facilitar as atividades dos Frades menores. Sugiram, assim, as Custódias de Chipre, da Síria e aquela, mais propriamente dita, Custódia da Terra Santa. Essa compreendia os conventos de Jerusalém e das cidades litorâneas: Acre, Antioquia, Sídon, Trípoli, Tiro e Jafa.

2. O retorno definitivo dos Frades Menores em Terra Santa
O ano de 1291, a cidade de São João d’Acre, último baluarte cruzado na Terra Santa, caiu em mãos muçulmanas. Contudo, os Frades menores, tendo se refugiado em Chipre, onde se encontrava a sede da Província do Oriente, continuaram a programar e atuar toda forma possível de presença em Jerusalém e nas outras regiões dos santuários palestinos. O próprio Papa João XXII concedeu o direito de o Ministro provincial da Terra Santa enviar, cada ano, dois de seus Frades para os Lugares Santos. Apesar de tantas dificuldades, os Frades menores continuaram a estar presentes e a exercitar toda forma possível de apostolado. É certa sua presença a serviço do Santo Sepulcro, no período entre 1322 e 1327.
O retorno definitivo dos Frades menores à Terra Santa, com a posse legal de determinados santuários e ainda o direito de uso de outros, se deve à generosidade do Rei de Nápoles, Roberto d’Angiu e Sância de Maiorca. Esses, em 1333, adquiriram o Santo Cenáculo do Sultão do Egito, por mediação do Frade menor, Frei Ruggero Garini, e o direito de realizar celebrações no Santo Sepulcro. Além disso, estabeleceram que fossem os Frades menores a gozar de tais direitos, em nome e por conta da Cristandade. Em 1342, o Papa Clemente VI, com as Bulas Gratias agimus e Nuper carissimæ, aprovou o procedimento da Realeza de Nápoles, e promulgou disposições para a nova entidade. Os Frades, destinados à Terra Santa, podiam vir de todas as Províncias da Ordem e, uma vez, a serviço da Terra Santa, estavam sob a jurisdição do Padre Custódio, “Guardião do Monte Sião, em Jerusalém”, que dependia do Ministro provincial da Terra Santa, com sede em Chipre.
A presença constante dos Frades menores na Terra Santa e o seu empenho na evangelização e na promoção dos valores cristãos na mesma foi determinante na formação e no crescimento daquela Igreja local, a ponto de tornar possível a restauração do Patriarcado latino, em 1847. Desde então, a Custódia e o Patriarcado latino atuam em espírito de fraterna colaboração, no cumprimento de suas respectivas competências.
A Custódia da Terra Santa é, atualmente, a única Província da Ordem com caráter internacional, por compor-se de religiosos provenientes de todas as partes do mundo: alguns escolhem pertencer a essa realidade desde o início de sua caminhada, enquanto outros decidem prestar serviço, nela, por um período mais ou menos longo.

3. Fundações e aquisições
1229 – Os Frades menores estabeleceram-se em Jerusalém, nas proximidades da V Estação da Via-Sacra.
1323 – Serviço no Santo Sepulcro e humilde residência, ali.
1335 – Fundação do Convento do Cenáculo.
1342 – Fundação canônica da Custódia de Terra Santa pelo Papa Clemente VI.
1347 – Definitiva instalação no Santuário da Natividade em Belém.
1363 – Posse do Túmulo da Virgem, conservado até 1757.
1392 – Reaquisição da Gruta dos Apóstolos, ao Norte do Horto das Oliveiras.
1485 – Aquisição, em Ain Karem, do lugar do nascimento de João Batista. A atual Igreja é de 1621.
1551 – Expulsão definitiva do Cenáculo.
1557 – A sede da Custódia passa ao Convento de São Salvador, em Jerusalém.
1620 – Aquisição, em Nazaré, das ruínas do Santuário da Anunciação. A primeira Igreja é de 1730.
1631 – Aquisição, no Monte Tabor, das ruínas do Santuário da Transfiguração.
1666 – Aquisição, em Jerusalém, do Horto das Oliveiras. A atual Igreja foi erigida em 1730.
1679 – Aquisição da propriedade do Santuário da Visitação, em Ain Karem. A igreja atual foi construída entre 1938 – 1940.
1745 – Em Nazaré, são adquiridas as ruínas, da época das cruzadas, do Santuário da Nutrição (São José). A primeira capela é de 1754, a Igreja atual foi construída entre os anos 1911 – 1914.
1836 – Em Jerusalém, adquirem-se as ruínas da Flagelação. A capela é de 1839.
1861 – Em Emaús – Qubeibeh, a marquesa P. Nicolay doa a capela de S. Cléofas. A Igreja atual é de 1901.
1878 – Adquire-se, em Naim, o lugar do santuário. A capela é de 1880.
1880 – Aquisição da área de Betfagé. A capela é de 1883.
1889 – Aquisição da V Estação da Via-Sacra, de Dominus Flevit, de Tabgha e das ruínas de Magdala.
1894 –As ruínas de Cafarnaum são adquiridas. Em 1921, é restaurada a sinagoga. O memorial de São Pedro foi consagrado em 1990.
1909 – Aquisição do Campo dos Pastores, em Beit Sahur, próximo a Belém.
1933 – Aquisição, junto ao rio Jordão, do lugar tradicional do Batismo de Jesus.
1936 – Construção, em Jerusalém, do Convento ad Coenaculum, no Monte Sião.
1950 – Reaquisição da área de Betânia. Em 1952, construção do Santuário de São Lázaro.
1964 – Paulo VI, peregrino na Terra Santa.
1969 – Inauguração da nova igreja da Anunciação, em Nazaré.
2000 – João Paulo II, por ocasião do Grande Jubileu, visita a Terra Santa.

quarta-feira, 25 de agosto de 2010

Peregrinar






É tão forte e tão densa a experiência de visitar os Lugares Santos, que há quem diga, que pouco importa o modo como ali se vai. A minha, porém, diz-me o contrário.
Em boa verdade, cada um daqueles Lugares é o que é e não deixa de o ser sejam os visitantes peregrinos ou turistas. Mas a questão é mesmo essa: o que está em causa não é o que se visita, não são os Lugares… sou eu. E eu posso olhar a mesma realidade só com os olhos ou também com o coração. As mesmas pedras, a mesma paisagem, enfim, o mesmo Lugar pode ser agradável, interessante e mesmo historicamente significativo. Ou, bem para lá dessa aparência, ser memória viva e tangível desse Outro que veio ao meu encontro para trazer a boa-nova de que a vida não é a contagem finita do meu tempo, mas antes aquela dádiva do Criador que permanece para lá do tempo.
Uma coisa é olhar a realidade. Outra, bem diferente, é descobrir o sinal que ela me revela e que me remete para uma realidade maior. Uma coisa é o que eu vejo e descrevo, outra bem mais rica, é o que aquilo me diz e como interpela a minha vida. O turista preocupa-se com a estética, com a forma e com a ambiência. O peregrino, deixa-se tocar e comover diante do sinal da misericórdia de que aquela mesma realidade é prova.
Na Terra Santa, passar ao lado deste significado de cada Lugar é, para nós cristãos, um desperdício de graça. Este contraste torna-se ainda mais gritante quando nem sequer a beleza está presente, quando não nos é agradável o que vemos, mas é determinante o que ali experimentamos e destes exemplos está cheia a Terra Santa. Se é deslumbrante a paisagem que se avista do cimo do Tabor, é desconcertante o caudal magro e lamacento do Jordão a jusante do Mar de Tiberíades; se é encantadora a simplicidade austera da Igreja da Multiplicação, é de desconforto a primeira impressão da Basílica da Natividade, de aparência tão pouco nossa. No entanto, poucos lugares no mundo haverá onde o nosso coração se pode comover, como no estar silencioso diante do Lugar do Presépio ou como o tocar aquelas águas barrentas com que o Baptista baptizou o próprio Cristo.
Creio pois firmemente que não há outra maneira cristã de percorrer a Terra Santa que não seja a de o fazer como peregrino. Ir de Lugar em Lugar com um coração mendicante, atento à memória que os Evangelhos me guardam, e diante deles descobrir o sentido e o alcance de cada gesto e de cada palavra do meu Senhor. A par do caminho que vou fazendo, outro faço dentro de mim, percorrendo a minha vida, confrontando-a com as propostas que Cristo fez, naquele tempo e naquela terra, e continua a fazer-me no hoje da minha vida.
Peregrino é, pois, aquele que percorre a Palestina com tensão e atenção, de coração aberto e dócil ao que o Senhor lhe quer dizer na simples contemplação dos Lugares que foram seus e onde escreveu a história da Salvação.
Mas esta certeza não nasce da minha simples experiência várias vezes repetida. Aprendi o sentido de peregrinar, antes de mais, com a Igreja, Santa e Mãe, ela própria peregrina sobre a Terra , que caminha rumo ao destino que o Senhor traçou para ela e para todos aqueles que, nela e com ela, atravessam o mundo. Aprendi depois com aqueles que o Senhor me pôs no caminho para me conduzir na minha própria peregrinação: este meu tempo de vida, num espaço determinado e pessoas concretas com quem condivido a minha condição de vivente. Aprendi ainda com judeus e árabes que encontrei naquele lugar, a terra que foi a d’Ele, descendentes do mesmo povo, sofredores das mesmas dores, apaixonados pelo seu chão, adoradores do mesmo Deus.
Aprendi e continuo a aprender, porque esta aprendizagem faz-se peregrinando. Mas sei também que só saberei o que é ser peregrino no dia, que espero, em que peregrinar já não há-de fazer sentido, no dia em que encontrar a Morada que procuro, o Descanso porque anseio, a Água que me mata a sede, a Plenitude que, por fim, há-de serenar o meu coração.
Bom é Aquele que me faz peregrino e Se faz, Ele próprio, companhia do meu peregrinar.

Rui Corrêa d’Oliveira

domingo, 8 de agosto de 2010

«Verbum Caro HIC Factum Est»



«Verbum Caro Hic Factum Est», é o que lemos, gravado na pedra branca do altar, dentro da casa que foi a de Maria e que quer dizer: Aqui, o Verbo Se fez carne. Este «HIC», este “aqui”, esta pequena partícula, faz toda a diferença.
Quando Deus decidiu enviar o seu próprio Filho ao encontro dos homens, quis, que Ele incarnasse, que Ele tomasse plenamente a nossa condição como qualquer outro ser humano. Escolheu um tempo, um lugar e uma mulher que aceitasse ser sua Mãe. Era imperador de Roma César Augusto quando, em Nazaré, pequenino lugar da Galileia, Maria, filha de Ana e Joaquim, recebeu em sua casa o anjo Gabriel a anunciar-lhe: «Hás-de conceber no teu seio e dar à luz um filho, ao qual porás o nome de Jesus» A entrada de Deus na História tem pois um lugar concreto que nos permite pronunciar de coração comovido: foi aqui!
A certeza quanto à veracidade do lugar é pacífica entre arqueólogos e historiadores, remontando ao séc. I os primeiros vestígios de que os cristãos veneravam aquele lugar. Ali se construíram quatro templos, sucessivamente destruídos, até que, em 1739, os Franciscanos conseguem construir uma Igreja que perdurará até ser demolida em 1959, para dar lugar à actual Basílica. Não espanta pois que seja este o lugar onde deve começar uma Peregrinação aos Lugares Santos.
Quem se aproxima de Nazaré cedo surpreende, bem no centro da encosta por onde se espraia a cidade, a enorme cúpula piramidal que se ergue da basílica. É de olhos fixos nela que somos guiados até chegarmos aos seus portões. Ao entrar, somos recebidos pelo silêncio. Um ambiente de luz coada que desce da cúpula deixa-nos perceber o essencial do espaço que nos rodeia e atrai-nos para centro onde encontramos, discreta, a casa de Maria, o lugar do encontro, as paredes que foram testemunhas do SIM mais definitivo da História. Se o ambiente é de silêncio, é também silêncio o que nos pede o coração enquanto, devagar, quase a medo, nos aproximamos daquele recanto abençoado. De joelhos ali ficamos o tempo que nos deixarem, infelizmente, sempre pouco. A presença de Maria faz-se sentir de um modo único. Uma imensidão de pensamentos, entre pedidos e agradecimentos, tornam-se presentes. Caras de pessoas, histórias de vida, dramas e sofrimentos, tudo rodopia dentro de nós, como obrigações a cumprir. A pouco e pouco, a serenidade do lugar impõe-se, o turbilhão desvanece-se e há uma paz que se começa a fazer sentir. Quando chamam por nós, porque outras coisas há para ver, juramos que um dia ali voltaremos, com tempo, com muito tempo para ficar, ficar, ficar…
O resto da Basílica vive daquele centro nuclear que se projecta em painéis e altares a proclamar a universalidade da glória de Maria, Mãe dos homens e Mãe da Igreja. Testemunhos da devoção mariana nos quatro cantos do mundo enchem as paredes e deixam-nos perplexos ao tomarmos consciência da força da notícia que dali saiu há dois mil anos. O que pode a humildade, o que pode a confiança, o que pode a graça, o que pode um SIM, o sim mais livre da História!
Aqui em Nazaré, deu-se esse encontro inesperado e inimaginável, entre o Deus Criador e Senhor do Mundo e da História com a infinita pequenez da condição humana. Nesse encontro, nascido da vontade do Pai em recuperar o homem para a sua intimidade, cumpriu-se a promessa longamente esperada: n’Aquele Menino então concebido, era-nos dado o Salvador prometido.
Dentro de Maria nascia uma Vida. Naquele embrião infinitamente pequeno habitava a totalidade, a omnipotência, a plenitude. A partir daquele dia, naquela casa meia gruta, habitava o Mistério. Só Maria o sabia, depois José, depois provavelmente os seus pais, Ana e Joaquim. Durante nove meses aquela barriga que crescia como a das outras mães da aldeia, foi um sacrário e aquela casa, uma catedral.
A poucas centenas de metros de distância ficava a casa de José, com a sua carpintaria, que viria a ser o lugar mais longamente habitado por Jesus. Não sabemos porque é que não sabemos o que foram esses trinta anos passados em Nazaré. Porque é que foram tantos os anos de apagamento e tão poucos os de ensino? Como sempre, somos especialistas em perguntas com que nos distraímos das coisas grandes que ali nos foram reveladas. Na casa de S. José que foi casa da Sagrada Família experimentamos a humildade. Não havia maior grandeza em toda a orbe, porém, quem os via, via uma família igual às outras a viver a normalidade dos seus dias. É disto que é feita Nazaré: silêncio, interioridade, simplicidade, humildade, serenidade… paz.
O Menino aqui concebido é aquele que há-de morrer numa Cruz e ressuscitar na manhã de Páscoa e assim Nazaré une-se misteriosamente a Jerusalém, onde tudo ganhará sentido.

Rui Corrêa d’Oliveira